Sydney. La imagen de Australia
Port Macquarie está separado de Sydney por algo mas de quinientos kilómetros de carreteras que poco a poco se van densificando, tanto en trazado como en afluencia, aunque no por ello están exentas de sorpresas para el viajero. En el transcurso de la jornada atravesamos localidades con nombres tan sugerentes como Taree, Bulahdelah o Cooranbong.
El número de vehículos fue creciendo a medida que nos aproximábamos a la capital de Nueva Gales del Sur, pero sorprendentemente, en cuanto penetramos en el núcleo urbano, casi todo ese tráfico desapareció por ensalmo. La razón más probable quizá haya que achacarla a que se trataba de un día no laborable, por lo que es de suponer que la mayoría de los coches que encontramos en el camino eran sufridos trabajadores gozando de un día de asueto, y por ello todo el mundo había huido de la gran ciudad. Esta agradable contingencia nos permitió disfrutar en toda su plenitud de uno de los acontecimientos de esta gran ciudad; cruzar el Harbour Bridge.

30.000 litros de pintura para pintar el Harbour Bridge
Este enorme armazón de hierro forjado cruza la bahía de Sydney adentrándose en el corazón de la city y desembocando justo bajo los enormes rascacielos del centro. El puente, con más de setenta de antigüedad, es una maravilla de la ingeniería que tuvo que dar no pocos quebraderos de cabeza en su época.
Hubo que hacer estudios muy precisos para proceder a la colocación de los pilares que soportan toda la estructura, cuya silueta principal está conformada por un arco metálico de 500 metros, y que a su vez sirve de soporte al suelo del puente por el que diariamente circulan miles de vehículos que así evitan realizar el itinerario de 30 kilómetros que había que hacer antes de su construcción. Un dato que me llamó la atención fue el hecho de que cada vez que se le da una nueva mano de color, son necesarios cerca de 30.000 kilos de pintura gris para poder cubrir toda su estructura, amen de los cientos de operarios necesarios para proceder a ello.

Desde el Harbour Bridge se tiene una privilegiada visión de la ciudad. Se puede contemplar en conjunto, la línea que dibujan los edificios sobre el horizonte, la inmensidad de tortuosos recovecos que conforman la bahía de Sydney y el esplendoroso Opera House.
Soy de la opinión de que probablemente, esta sea la mejor perspectiva que se puede obtener del archiconocido edificio, ya que se puede deleitar uno observándolo en su totalidad, con sus refulgentes destellos de una luz blanca que se antoja irreal, a la vez que lo encuadramos en el marco de Sydney.

Bueno, esto siempre que no cruces el puente en hora punta y lo que contemples, sea la matrícula del coche precedente durante un larguísimo cuarto de hora. Y es que el puentecito de marras soporta diariamente un volumen de vehículos que se me antoja más irreal que las luces de antes.
Sin grandes sobresaltos conseguimos depositar nuestro coche frente a la entrada principal del Harbour City Hotel donde nos alojamos durante nuestra breve estancia de tres días.
La primera sorpresa nos la dio el reloj. Pese a estar más al oeste que Brisbane, en Sydney la diferencia horaria es de una hora más. La razón es, cuando menos curiosa. Al parecer la hora que correspondería al estado de Queensland interferiría en gran medida en las relaciones económicas de este estado con el resto del país. Queensland es un estado con un elevado número de granjeros que, periódicamente ejercen su derecho en las urnas. Y como el horario que les tocaba no les convencía demasiado, ejercieron una firme y convincente presión sobre la clase política que desembocó en este extraño juego malabar de husos horarios entre estados.
En Adelaida también descubrimos otro curioso cambio de huso horario que difería solamente media hora con respecto al meridiano anterior.

El inconveniente de visitar ciudades grandes es, principalmente, el tiempo. Seguramente todos hemos visto varios documentales sobre cualquier ciudad en los que se tocan diversos aspectos de la misma, pero claro, cuando eres tú el que hace la visita, siempre falta tiempo para contemplar todos y cada uno de esos maravillosos aspectos que aparecen en la televisión.
Se tarda más en visitar una ciudad que cuando sale en los documentales
Sydney no iba a ser nuestra excepción, y en los tres días que disponíamos para visitarla, había que elegir entre vivir relajado dando unos paseos, o sumergirnos en un maremagnum de posibilidades estresantes, aunque debo confesar que muy amenas. Ni que decir que mi máxima es: ¡Ya descansaré a la vuelta!, así que en cuanto nos deshicimos del equipaje salimos inmediatamente a ver que encontrábamos por los alrededores.
Justo frente a nuestro hotel se hallaba el parque Phillip Cook, que sirve de unión entre el céntrico Hyde Park y el gigantesco Jardín Botánico. En uno de sus extremos se encuentra el Australian Museum, uno de los más impresionantes museos del país con unas excelentes colecciones sobre historia natural y cultura aborigen australiana. Como extra tuvimos la suerte de coincidir con una fabulosa exposición monográfica sobre dinosaurios procedentes de China y pudimos contemplar una amplia muestra de monstruos prehistóricos dispuesta a lo largo de toda la planta principal del museo.
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