Sapphire Coast o Costa de Zafiro
Finalizada nuestra visita a la capital australiana, era momento de seguir nuestro viaje. Por ello, aprovechando las primeras y frescas horas de la mañana, y procurando evitar las horas de mayor tráfico (aunque esto último fue posible básicamente porque nos levantamos tarde y todo el mundo ya estaba en el trabajo), conseguimos salir de Canberra por la costa en dirección sur.
Llegamos a Quanbeyan donde nos perdimos un rato en sus rotondas antes de encaminarnos hasta Batemans Bay.
La costa este australiana, desde Sydney hasta el extremo meridional de Cape Howe, está recorrida por varias pequeñas e idílicas poblaciones, cualquiera de las cuales haría las delicias, no solo de surfistas y playeros, sino del más simple de los mortales con ansias de disfrutar de paz, sosiego, un clima envidiable y una vida tranquila.
Así nos encontramos con Narooma, Merimbula y Edén. En cada uno de estos lugares nos dedicábamos, invariablemente, a dar largos paseos por la playa e ir recogiendo caracolillas de la orilla. En este sentido, el lugar más fructífero resultó ser Edén, donde, en una playa repleta de salpicaduras de petróleo y un delicioso olor a alcantarilla con solera, pudimos recoger una enorme cantidad de caracolas de los más variopintos tamaños y colores.
En la localidad de Merimbula, la joya de la costa zafiro, hicimos un recorrido por su paseo marítimo hasta dar con un local lo suficientemente rústico y cutre para poder dar rienda suelta a nuestro colesterol con un grasiento, pringoso y compacto, a la par que delicioso, fish & chips.
Merimbula es un lugar perfecto para perderse y no encontrarse nunca más. Tiene playas increíbles de finísima arena blanca, está rodeada de frondosos bosques y dispone en las proximidades de numerosos lagos y montañas para satisfacer todo el abanico de caprichos excursionistas que se nos ocurran. Si además, o por el contrario, te gusta el golf, el surf, el submarinismo, la natación, la pesca o la vela, este es tu sitio. Como a pesar de mis ideas no me ofrecían comisión por cantar sus maravillas, continuamos camino hacia otros andurriales.
Cape Howe. Entramos en Victoria
Como digo, las carreteras en la costa sudeste, discurren en su mayor parte ofreciendo unas magníficas vistas de playas y acantilados, así que los 250 kilómetros que nos quedaban hasta nuestro destino en Lakes Entrance, fue un agradable paseo a velocidad moderada y haciendo innumerables paradas para contemplar un pequeño arbusto o una recóndita calita al abrigo de las tormentas procedentes del mar de Tasmania.
Nos hallamos por tanto en la parte sur de Australia, y el clima se nota. Nuestra visita se desarrolló en la primavera tardía austral. Aun así, en esta zona del país los vientos procedentes del mar de Tasmania suponen un descenso de las temperaturas bastante acusado con respecto al resto del continente. O sea, que por las noches refresca bastante y conviene no hacer demasiado el “Tarzán”.
De tal modo, cuando nos levantamos en Lakes Entrante, temprano, para dar un garbeo por la playa, tuvimos que recurrir a nuestra única prenda de mediano abrigo, ya que la brisa marina en aquellas latitudes, hacía considerar seriamente nuestros hábitos madrugadores para disfrutar de los primeros rayos de sol. Un alegre trote por las blancas arenas de la playa y decidimos volver al hotel antes de comenzar a desarrollar síntomas de pulmonía. Entonces aprovechamos para visitar un pequeño museo particular, el “Griffiths Sea Shells Museum” donde disfrutamos de una fantástica colección de caracolas y otros objetos recolectados del mar a lo largo de los años.
Nos quedaba por delante un largo tramo de carretera por la Princess Highway hasta nuestro siguiente destino cosmopolita: Melbourne.
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