Viaje a Australia (4). Barrera de Coral

Bien temprano, Barry se ofreció a llevarnos al muelle de donde salen los cruceros para las excursiones a la Gran Barrera de coral. El día era brillante y el mar estaba razonablemente tranquilo, pese a lo cual nos tomamos una pastilla antimareo antes de zarpar. El Osprey V era un lujoso yate de quince metros con unos potentes motores que nos trasladaron en poco más de una hora a los primeros arrecifes de coral.

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Hay que decir que la mejor forma de ver la grandeza de la barrera de coral es desde el aire, ya que desde un barco solo se aprecian pequeñas zonas de colores más claros que señalan la presencia de coral en superficie. Por ello el viaje no fue especialmente divertido y nos entretuvimos mirando de vez en cuando para intentar localizar un tiburón, aunque ese día estaban de vacaciones.

Al fondear en el lugar elegido, la tripulación reúne a los candidatos a un remojón y comienza con unas detalladas lecciones para los novatos, que en el caso de Clodet fueron completamente inservibles por culpa del idioma. Yo, afortunadamente tengo experiencia en la práctica del submarinismo y pude disfrutar de dos espectaculares inmersiones donde contemplé cientos de corales diferentes, peces payasos, gigantescas conchas de las utilizadas en las pilas bautismales e incluso un napoleón. El napoleón es como el mero tropical, un animal enorme y pacífico que deleita a los fotógrafos submarinos con sus continuas poses y sus flirteos con la cámara.

En la televisión explican muy bien el continúo deterioro de los arrecifes de coral, pero cuando estás viendo la belleza que suponen y contemplas la realidad de ese deterioro, te duele. Piensas en el tiempo que han tardado los diminutos pólipos en formar tan sublimes estructuras y lo rápido que nosotros nos encargamos de eliminarlas, y te sientes mal.

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Al salir del agua me encontré con Clodet, que me narró su “grata” experiencia intentando no ahogarse durante la inmersión. Al parecer había agua alrededor pero no tuvo una conciencia clara de la presencia de peces y corales. Pese a todo, cuando consiguió una cierta estabilidad pudo disfrutar de unos breves instantes de las maravillas submarinas que la rodeaban. Al menos eso dice.

El viaje de regreso no fue aburrido. Nos ofrecieron una suculenta “Aussie BBQ”, y vino peleón y comenzaron a cantar canciones coreadas por todos los pasajeros. Bueno, casi todos. Los japoneses y nosotros mirábamos con esa cara alegre de «no-me-entero-de-nada», que se suele poner cuando no te enteras de nada, pero el viaje se nos hizo mucho más corto que el de ida.

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Un día de excursión suele tener un beneficioso efecto sedante sobre cualquier otra aspiración a realizar actividades físicas, por lo que la noche fue algo más fructífera en cuanto a sueño se refiere, aunque a pesar de todo yo no conseguí dormir más allá de las cuatro de la mañana.

Visitar el norte de Queensland está incompleto si no te adentras en la verdadera selva tropical. Nosotros, por supuesto, ¡no lo hicimos! Entre otras cosas porque cuando investigas un poco descubres que hay cocodrilos de verdad, serpientes venenosas y además la gente tiene la mala costumbre de perderse de vez en cuando y no aparecer jamás. Aún así queríamos acercarnos lo más posible, por lo que nos metimos en el coche y tomamos dirección a Port Douglas.

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Conducir por el carril de la izquierda supone un pequeño handicap durante determinados momentos, pero en general uno se acostumbra enseguida a moverse en carretera, por lo que antes de hacer los 75 kilómetros que nos separaban de nuestro destino, sólo nos equivocamos en un par de cruces y reconozco que por ir mirando el paisaje.

Si piensas que Cairns es una ciudad del trópico, nada más abandonar el núcleo urbano te das cuenta de que es un punto en medio de un montón de densos bosques, en su mayor parte inexplorados y que conducen a un auténtico vergel botánico, donde se dan plantas que desaparecieron de cualquier otro lugar del planeta hace millones de años. Todo nuestro recorrido, como digo, se realizó por una pequeña carretera desde la que podíamos ver un inmenso manto verde a nuestra izquierda y un increíble mar esmeralda y turquesa a nuestra derecha.

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Es sorprendente poder pasear por las playas de arena blanca, observando las extensas superficies de aguas poco profundas que dan ese color característico, mientras a sólo unos cientos de metros la orografía asciende rápidamente formando intrincadas montañas vestidas de un verde húmedo y sofocante. Sin embargo, de repente comienzan a aparecer campos de golf y se abre ante tus ojos un centro turístico de considerables dimensiones donde los residentes temporales, en su mayoría alemanes jubilados que huyen de climas menos confortantes, recuperan gran parte de su vida disfrutando de un placer continuo para los sentidos. Cuando hablo de este lugar debemos pensar que se trata de una ciudad inaccesible durante determinadas épocas del año debido a la ya mencionada temporada de lluvias, por lo que me admiro más al observar el grado de sofisticación que ha alcanzado.

Más adelante, durante el viaje me fui dando cuenta de la fantástica organización existente en el país en materia de suministros, lo cual suponía que hasta la localidad más pequeña y alejada podía contar con una distribución regular de productos de todo tipo, y esto en un país de ocho millones y medio de kilómetros cuadrados me parece un gran mérito.

A poca distancia de Port Douglas se encuentra el pueblo de Mossman, cerca del cual se puede realizar una visita a Mossman Gorge, una garganta por la que baja el río formando varias cataratas espectaculares para disfrute del visitante. Realizar la ruta recomendada es como adentrarse en la época de los exploradores, con la salvedad de que el riesgo es… menor. No digo nulo, porque siempre cabe la posibilidad de que algún cocodrilo irreverente desconozca las zonas turísticas y se adentre en ellas a merendar, aunque ciertamente la posibilidad es mínima excepto cuando las lluvias veraniegas provocan el desbordamiento de los ríos y entonces si que es posible ver animales fuera de sus lugares habituales de convivencia. OLYMPUS DIGITAL CAMERA

Nosotros procuramos disfrutar del día lo máximo posible y para ello nos imbuimos del espíritu aventurero y comenzamos a cruzar puentes colgantes de madera y bosques de helechos, y también tuvimos la oportunidad de desafiar a varias lagartijas y unas cuantas aves que encontramos en el camino y que no huyeron despavoridas al vernos, sino que nos observaron con la misma curiosidad que nosotros a ellas. Me resulta sorprendente ver el grado de descaro que tienen los animales en el continente australiano y que es tan de agradecer por el naturalista. Cuando veía un pájaro, sacaba el libro de aves y buscaba tranquilamente hasta que lo clasificaba, sin miedo a que huyese. Incluso cuando había algún detalle diferenciador podía acercarme un poco más para compararlo con el libro. Quizá el pájaro me dejaba acercar para clasificarme a mí en su colección de turistas chiflados.

Una vez recorrida la garganta de Mossman, continuamos en dirección al norte para atravesar el río Daintree. Existe un pequeño trasbordador con capacidad para una docena de vehículos que se encarga de cruzar el río durante todo el día; a partir de ahí la carretera se angosta, la selva gana terreno y poco a poco se olvida la civilización. Ya no hay casi nada en los 400 km restantes hasta Cabo York, y digo casi, porque todavía hay alguna pequeña población donde se llega con todoterreno y ciertas dificultades. Nuestro espíritu aventurero no llegó a tanto, así que tras recorrer un pequeño tramo emprendimos regreso a Cairns, aunque antes visitamos la Granja de cocodrilos en Hartleys. Allí tuvimos nuestro primer contacto con los koalas, seres extraordinarios que superan la imaginación de cualquier fabricante de peluches. Pese a nuestra intención de adoptar varias docenas, tuvimos que desistir y conformarnos con acariciarlos un rato.

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También conocimos al terrorífico cocodrilo de aguas salada o “saltie” como lo llaman en Australia. A pesar de haber visto reptiles grandes en los zoológicos, el cocodrilo australiano sobrecoge por su enorme tamaño. Además siempre hay alguien que se encarga de recordarte los ataques que se producen ocasionalmente, por lo que cuando tienes al bicho delante el sentimiento de respeto que inspira no disminuye en absoluto pese a estar a 20 metros y separado por unas vallas.

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Antes de volver a Cairns tuvimos ocasión de hacer una parada en la paradisíaca playa de Kewarra, llena de niños jugando, gente haciendo barbacoas y surferos cogiendo pequeñas olas. A solo unos metros de ellos vimos una red que se adentraba en el mar desde la orilla unas decenas de metros y varios carteles avisando del peligro de tiburones, cocodrilos y medusas.

¡Que gran país!

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