Finalizada nuestra estancia en Cairns partimos al día siguiente con el objetivo de cubrir algo más de 1000 km en una jornada y llegar hasta Rockhampton.
Para ello nos levantamos temprano, cosa aún fácil porque nos duraba el efecto “jet lag”, y nos pusimos en camino sin más demora. A pesar de que el día iba a resultar básicamente de carretera, tuvimos oportunidad de hacer alguna parada en el camino para ver las variaciones de paisaje que se perciben a medida que se aleja uno del ecuador.
Nuestro primer descanso fue en la localidad de Ayr, donde aprovechamos para reponer fuerzas y visitar la fantástica escultura del Living Lagoon, una fuente esculpida representando varias escenas naturales con gran presencia de animales en todas ellas. Pese a la belleza de la misma nos costó localizarla, ya que nadie en el lugar parecía conocer la “famosa escultura”.

De Ayr continuamos camino hacia el Sur a través de unas carreteras que no eran lo que yo esperaba.
Creía que encontraría largos recorridos de autopistas, y en cambio la mayor parte de las carreteras asfaltadas eran el equivalente a nuestras nacionales, aunque con un tráfico muy fluido y sin grandes contratiempos.
Esto nos permitió hacer varias paradas durante el recorrido en una de las cuales degustamos dos magníficos kebabs en un pequeño establecimiento de la localidad de Mackay.
Esta pequeña ciudad fue la primera que vimos de una cierta entidad, y debo decir que en ella se respira ese ambiente de urbanismo mezclado con un toque rústico debido a esa insularidad física que existe en gran parte de las poblaciones australianas; con excepción de unos cuantos pueblecitos en las inmediaciones, Mackay no tenía contacto con otras poblaciones grandes en menos de 600 kilómetros.
Aprovechamos el descanso de la comida para darnos una vuelta por el centro de la ciudad y contemplar el fantástico río Pioneer, que la atraviesa y que obligatoriamente hay que cruzar para acceder a ella. Una vez saciados y más animados tras el descanso proseguimos nuestra ruta de carretera.
Este primer día descubrimos uno de los grandes problemas con que se encuentran los conductores en Australia, los canguros. No exagero en absoluto al decir que a lo largo de este día encontramos atropellados al menos 100 canguros.
Ciertamente es un hecho lamentable, aunque más penoso resulta el efecto que estos animales pueden causar en el vehículo que tope con ellos. De hecho también encontramos un alto número de coronitas de flores a los lados de la carretera, consecuencia de los graves accidentes que estos animales provocan. En determinados lugares, las carreteras están cercadas por centenares de kilómetros de vallas que impiden el paso de animales, pero desgraciadamente no se puede tener un control absoluto de los mismos y los resultados son ciertamente crueles.
También observamos con cierta curiosidad y desazón la alternancia en los arcenes de los canguros defenestrados con restos de gigantescas ruedas hechas jirones, procedentes de los “road trains”. Intranquiliza pensar la frecuencia con que revientan las ruedas de estos monstruos de carretera y la posibilidad de hallarte cerca en el momento en que sucede. Todo ello contribuyó a que la parte final de la ruta, cuando el sol empezaba a declinar, la realizásemos con bastante intranquilidad y con ningún deseo de observar un bonito canguro de 60 kilos cruzándose en nuestro camino.
Finalmente llegamos a la localidad de Rockhampton, situada en el paso del trópico de Capricornio. Un centro turístico con detalladas descripciones y datos informa del evento señalando las distancias a otros puntos del globo en similar situación, y marcando el lugar por donde pasa la imaginaria línea que separa la zona templada de la zona tropical.
Además de ello, la ciudad es conocida por ser la capital cárnica de Queensland y de la que depende en gran medida el suministro de carne a todo el estado. Desgraciadamente, tras el agotador día de viaje, mi humor no era el mejor para hacer una visita turística, así que, arrastrándonos, logramos localizar un camping en las afueras, donde alquilaban cabañas equipadas y utilizamos nuestras últimas fuerzas para preparar una cena frugal y acostarnos para reponer fuerzas con vistas al día siguiente.
El trayecto desde Rockhampton a Brisbane es igualmente, un trazado uniforme de carreteras bien asfaltadas donde la fluidez del tráfico permite disfrutar del recorrido, admirar el paisaje y realizar paradas en lugares muy interesantes y desconocidos para cualquier foráneo, y que sin embargo, merecerían optar a un alto escalafón en el panorama turístico mundial. Uno de estos lugares, desde mi punto de vista es Hervey Bay.
Se trata de una pequeña localidad turística situada al Norte de la Sunshine Coast frente a la isla Fraser. Es un lugar compuesto de pequeñas casas repartidas en un gran espacio alrededor del mar, de tal forma que todo el pueblo realiza su actividad de cara a unas fantásticas playas que, en mi opinión, ya constituyen suficiente aliciente de vida. No es de extrañar que el buen humor de sus habitantes sea una constante, ya que la simple localización y el clima reinante ejercen un beneficioso efecto físico y psíquico para cualquiera.
Nuestra breve estancia en Hervey Bay nos llevó a dar un largo paseo por la playa, donde aproveché para ir recogiendo decenas de caracolillas depositadas por la marea. La variedad es sorprendente, y la multitud de formas y colores realmente llamativa, así que recogí aproximadamente medio kilo de conchas vacías, que no servirían para hacer una sopa, pero que quedaran muy decorativas en algún sitio, si mi mujer no se encarga de eliminarlas cuando volvamos.
Tras este original método para abrir el apetito, optamos por disfrutar de una comida campestre en uno de los jardines situados frente a la playa, para lo cual nos surtimos de un típico “fish & chips” del lugar, que si bien, estaba compuesto de un estupendo pescado fresco, pecaba de reminiscencias de comida americana en cuanto a la cantidad de aceite y rebozado, lo cual no me impidió dar buena cuenta de todo el plato.
Antes de dejar Hervey Bay visitamos las inmediaciones de un museo de tiburones en cuyo exterior se anuncia a bombo y platillo la presencia de un auténtico tiburón blanco conservado en líquido y varios amenos documentales de unas 2 horas de duración, por lo que, inmediatamente hicimos unas fotos del exterior y nos subimos al coche huyendo del lugar.
En esta zona se aprecia un cierto aire colonial en la construcción de la mayoría de las casas, lo cual da un toque decimonónico al paisaje urbano del sur de Queensland.
Esta vuelta al pasado dura los breves instantes que se tardan en cruzar las distintas poblaciones que encontramos en el camino, las cuales empiezan a hacerse más numerosas a medida que nos acercamos a Brisbane.
Durante este trayecto también tuvimos oportunidad de contemplar algo que, posteriormente veríamos en diferentes variantes, y que no sé si definir como “humor australiano”, o simple sarcasmo, aunque debido al tema creo que se trata simplemente de una seria advertencia expresada con tono simpático. En los arcenes de la carretera se veían con cierta regularidad, carteles previniendo de los peligros del tráfico.
En uno de ellos leímos una inscripción que decía “REST OR RIP”, y que viene a decir “descansa o DESCANSA EN PAZ”. Como digo a lo largo del viaje vimos otras señalizaciones del estilo, como “NO CONDUCIR DORMIDO” o “BOLAS DE GOLF VOLANDO BAJO”.
La última visita antes de llegar a Brisbane fue en Nambour, donde hicimos una parada para ver la “Piña gigante”.
Australia está llena de llamativos reclamos gigantes de las cosas más inverosímiles, según tengo entendido hay unos doscientos distintos a lo largo del país, y pese a ir prevenido contra ellos, la atracción que ejercen sobre una cámara de fotos es demasiado fuerte para irse del lugar sin un recuerdo memorable sentado bajo una piña de 5 metros de altura.
También nos podemos encontrar con la gamba gigante, el koala gigante, la oveja gigante, la papaya gigante, etc, etc. Algunos de estos monumentos resultan realmente espeluznantes, pero otros tienen cierto encanto, sobre todo cuando se llevan 7 horas conduciendo y viendo árboles y montañas, así que paramos en todos los que nos cruzamos por el camino a lo largo del país para recopilar una serie de estúpidas fotos donde nosotros parecemos liliputienses famélicos a punto de ser devorados por una criatura salida de las profundidades de la tierra.
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que, le disteis un bocado a la piña?
Estaba un poco dura. Pero en el interior servían unos zumos fresquitos que estaban riquísmos 🙂